CEEH Centro de Estudios Europa Hispánica

Resultados | Doc. 163

Doc. 163: Pasajes del Arte de la pintura de Francisco Pacheco, con los primeros apuntes biográficos publicados sobre Velázquez

31 de diciembre de 1638
Lugar: .
Bibliografía: Pacheco 1649; Sácnez Cantón 1923-1941; Varia 1960, p. 53; Calvo Serraller 1981, pp. 367-445
Correspondencias: CV 140
1/4

LIBRO PRIMERO. Capítulo VII. En que se lleva adelante la materia del pasado y se describe el túmulo hecho a Micael Angel.

[…] Añado a esto (por relación de mi yerno, deste año de 1632) que estando el caballero Josefino descontento de su hábito por ser como los demás, lo mejoró con otro que, con una cadena de oro y una espada, le envió el rey de Francia; yo pienso que es de San Miguel. Y Josefe de Ribera (que en Nápoles acredita con famosas obras la nación española) lo trae de Cristo, por merced del Pontífice.

LIBRO PRIMERO. Capítulo VIII. De otros famosos pintores deste tiempo, favorecidos con particulares honras por la Pintura.

[…] Con pintores comunicó poco [Rubens], sólo con mi yerno (con quien se había antes por cartas cortespondido) hizo amistad y favoreció mucho sus obras por su modestia, y fueron juntos a ver el Escorial.

[…] Diego Velásques de Silva, mi yerno, ocupa (con razón) el tercer lugar, a quien después de cinco años de educación y enseñanza casé con mi hija, movido de su virtud, limpieza y buenas partes, y de las esperanzas de su natural y grande ingenio. Y porque es mayor la honra de maestro que la de suegro, ha sido justo estorbar el atrevimiento de alguno que se quiere atribuir esta gloria, quitándome la corona de mis postreros años No tengo por mengua aventajarse el discípulo al maestro (habiendo dicho la verdad que no es mayor), ni perdió Leonardo de Vinci de tener a Rafael por discípulo, ni Jorge de Castelfranco a Ticiano, ni Platón a Aristóteles, pues no le quitó el nombre de Divino. Esto se escribe no tanto por alabar el sugeto presente (que tendrá otro lugar), cuanto por la grandeza de la arte de la pintura, y mucho más por reconocimiento y reverencia de la Católica Majestad de nuestro gran Monarca Felipe IV, a quien el cielo guarde infinitos años; pues de su mano liberal ha recibido y recibe tantos favores.

Deseoso, pues, de ver el Escorial, partió de Sevilla a Madrid por el mes de abril del año de 1622. Fué muy agasajado de los dos hermanos don Luis y don Melchior del Alcázar, y en particular de don Juan de Fonseca, sumiller de cortina de Su Majestad (aficionado a su pintura). Hizo, a instancia mía, un retrato de don Luis de Góngora, que fué muy celebrado en Madrid, y por entonces no hubo lugar de retratar los Reyes, aunque se procuró. El de 1623 fué llamado del mesmo don Juan (por órden del Conde Duque); hospedóse en su casa, donde fué regalado y servido, y hizo su retrato. Llevólo a Palacio aquella noche un hijo del Conde de Peñáranda, camarero del Infante Cardenal, y en una hora lo vieron todos los de Palacio, los Infantes y el Rey, que fué la mayor calificación que tuvo. Ordenóse que retratase al Infante, pero pareció más conveniente hacer el de Su Majestad primero, aunque no pudo ser tan presto por grandes ocupaciones; en efecto, se hizo en 30 de agosto, 1623, a gusto de su Magestad, y de los Infantes y del Conde Duque, que afirmó no haber retratado al Rey hasta entonces; y lo mismo sintieron todos los señores que lo vieron. Hizo también de camino un bosquexo del Príncipe de Gales, que le dió cien escudos.

2/4

Hablóle la primera vez su Excelencia el Conde Duque, alentándole a la honra de la patria, y prometiéndole que él solo había de retratar a Su Majestad y los demás retratos se mandarían recoger. Mandóle llevar su casa a Madrid, y despacho su título, último día de octubre de 1623, con veinte ducados de salario al mes y sus obras pagadas, y con esto, médico y botica; otra vez, por mandato de Su Majestad, y estando enfermo, envió el Conde Duque el médico del Rey para que lo visitase. Después desto, habiendo acabado el retrato de Su Majestad a caballo, imitado todo del natural, hasta el país, con su licencia y gusto se puso en la calle Mayor, enfrente de San Felipe, con admiración de toda la corte e envidia de los de l’arte, de que soy testigo. Hiciéronsele muy gallardos versos, algunos acompañarán este discurso. Mandóle dar Su Majestad trescientos ducados de ayuda de costa y una pensión de otros trescientos, en que, para obtenerla, dispensó la Santidad de Urbano VIII, año de 1626. Siguióse la merced de casa de aposento que vale 200 ducados cada año.

Ultimamente, hizo un lienzo grande con el retrato del Rey Felipo III y la no esperada expulsión de los moriscos, en oposición de tres pintores del Rey, y habiéndose aventajado a todos, por parecer de las personas que nombró Su Majestad (que fueron el Marqués Juan Baptista Crecencio, del hábito de Santiago, y fray Juan Baptista Mayno, del hábito de Santo Domingo, ambos de gran conocimiento en la pintura) le hizo merced de un oficio muy honroso en Palacio, de ugier de cámara con sus gajes; y no satisfecho desto, le añadió la ración que se da a los de la Cámara, que son doce reales todos los días para su plato, y otras muchas ayudas de costa. Y en cumplimiento del gran deseo que tenía de ver a Italia, y las grandiosas cosas que en ella hay, habiéndoselo prometido varias veces, cumpliendo su real palabra y animándole muncho le dió licencia, y para su viaje cuatrocientos ducados de plata, haciéndole pagar dos años de su salario. Y, despidiéndose del Conde Duque, le dió otros 200 ducados en oro y una medalla con el retrato del Rey y muchas cartas de favor.

Partió de Madrid, por órden de Su Majestad, con el Marqués Espínola; embarcóse en Barcelona día de San Lorenzo el año de 1629; fué a parar a Venecia y a posar en casa del Embajador de España que lo honró mucho y le sentaba a su mesa; y por las guerras que habia, cuando salía a ver la ciudad enviava sus criados con él que guardasen su persona. Después, dexando aquella inquietud, viniendo de Venecia a Roma pasó por la ciudad de Ferrara, donde a la sazón estaba, por orden del Papa, gobernando el Cardenal Saquete que fué Nuncio en España, a quien fué a dar unas cartas y besar la mano (dexando de dar otras a otro Cardenal). Recibióle muy bien, y hizo grande instancia en que los días que allí estuviese había de ser en su palacio y comer con él: él se escusó modesta¬mente con que no comía a las horas ordinarias, más con todo eso si su Ilustrísima era servido obedecería y mudaría de costumbre. Visto esto mandó a un gentilhombre español de los que le asistían que tuviese muncho cuidado dél, y le hiciese aderezar aposento para él y su criado y le regalasen con los mismos platos que se hacían para su mesa, y que le enseñasen las cosas más particulares de la ciudad. Estuvo allí dos días, y la noche última que se fué a despedir dél, le tuvo más de tres horas sentado tratando diferentes cosas, y mandó al que cuidaba dél, que previniese caballos para el siguiente día y le acompañase diez y seis millas, hasta un lugar llamado Ciento donde estuvo poco, pero muy regalado, y despidiendo la guía siguió el camino de Roma, por nuestra Señora de Loreto y Bolonia. donde no paró ni a dar cartas al Cardenal Ludovicio ni al Cardenal Espada, que estaban allí.

3/4

Llegó a Roma, donde estuvo un año muy favorecido del Cardenal Barberino, sobrino del Pontífice, por cuya órden le hospedaron en el Palacio Vaticano. Diéronle las llaves de algunas piezas; la principal dellas estaba pintada al fresco, todo lo alto, sobre las colgaduras, de historias de la Sagrada Escritura de mano de Federico Zúcaro, y entre ellas la de Moisés delante de Faraón, que anda cortada de Cornelio. Dexó aquella estancia por estar muy a tras mano y por no estar tan solo, contentándose con que le diesen lugar las guardas para entrar cuando quisiese a debuxar del Juicio de Micael Angel, o de las cosas de Rafael Urbino, sin ninguna dificultad, y asistió allí munchos días con grande aprovechamiento. Después, viendo el Palacio o Viña de los Médices, que está en la Trinidad del Monte y pareciéndole el sitio a propósito para estudiar y pasar allí el verano, por ser la parte más alta y más airosa de Roma, y haber allí excelentísimas estatuas antiguas de que contrahacer, pidió al conde de Monte Rey, Embaxador de España, negociase con el de Florencia le diesen allí y aunque fué menester escrebir al mismo Duque, se facilitó esto y estuvo allí más de dos meses, hasta que unas tercianas le forzaron a baxarse cerca de la casa del Conde, el cual en los días que estuvo indispuesto le hizo grandes favores, enviándole su médico y medicinas por su cuenta, y mandando se le aderezase todo lo que quisiese en su casa, fuera de munchos regalos de dulces y frecuentes recaudos de su parte.

Entre los demás estudios hizo en Roma un famoso retrato suyo, que yo tengo, para admiración de los bien entendidos y honra de l’arte. Determinóse de volver a España, por la muncha falta que hacía, y a la vuelta de Roma paró en a les, donde pintó un lindo retrato de la Reina de Hungría, para traerlo a Su Majestad. Volvió a Madrid después de año y medio de ausencia y llegó al principio del de 1631. Fué muy bien recebido de el Conde Duque; mandóle fuese luego a besar la mano a Su Majestad, agradeciéndole mucho no haberse dexado retratar de otro pintor, y aguardándole para retratar al Príncipe, lo cual hizo puntualmente; y Su Majestad se holgó muncho con su venida. No es creíble la liberalidad y agrado con que es tratado de un tan gran Monarca; tener obrador en su galería y Su Majestad llave dél, y silla para verle pintar de espacio, casi todos los días. Pero lo que excede todo encarecimiento es que, cuando le retrató a caballo, le tuviese tres horas de una vez sentado, suspendido tanto brío y tanta grandeza. Y no parando el pecho real en tantas mercedes, en siete años, ha dado a su padre tres oficios de Secretarios en esta ciudad, que cada uno le ha valido mil ducados cada año; y a él, en menos de dos, el de guarda ropa y de ayuda de Cámara en éste de 1638, honrándole con su llave, cosa que desean muchos caballeros de hábito. Y mediante el cuidado y puntualidad con que procura aventajarse cada día en servir a Su Majestad, esperamos el aumento y las mejoras en la arte por quien lo ha merecido, y en los favores y premios debidos a su buen ingenio, el cual empleado en otra facultad (sin duda alguna) no llegara a la altura en que hoy se halla: y yo, a quien cabe tanta parte de su felicidad, doy fin a este capítulo con los versos siguientes:

[Véase los documentos 421 y 43]

LIBRO TERCERO. Capítulo primero. De los rasguños, debuxos y cartones, y de las varias maneras de usarlos.

[…] Yo me atengo al natural para todo; y si pudiese tenerlo delante, siempre, y en todo tiempo, no sólo para las cabezas, desnudos, manos y pies, sino también para los paños y sedas, y todo lo demás, sería lo mejor. Así lo hacía Micael Angelo Caravacho… ; así lo hace Jusepe de Ribera, pues sus figuras y cabezas entre todas las grandes pinturas que

4/4

tiene el Duque de Alcalá parecen vivas y lo demás, pintado, aunque sea junto a Guido Boloñés; y mi yerno, que sigue este camino, también se ve la diferencia que hace a los demás, por tener siempre delante el natural […]

LIBRO TERCERO. Capítulo VIII. De las pinturas de animales y aves, pescaderías y bodegones y de la ingeniosa invención de los retratos del natural.

[…] Pues qué? ¿Los bodegones no se deben estimar? Claro está que sí, si son pintados como mi yerno los pinta alzándose con esta parte sin dexar lugar a otro, y merecen estimación grandísima; pues con estos principios y los retratos, de que hablaremos luego, halló la verdadera imitación del natural alentando los ánimos de muchos con su poderoso exemplo; con el cual me aventuré una vez a agradar a un amigo estando en Madrid, año 1625 y le pinté un lencecillo con dos figuras del natural, flores y frutas y otros juguetes, que hoy tiene mi docto amigo Francisco de Rioja; y conseguí lo que bastó para que las demás cosas de mi mano pareciesen delante dél pintadas.

[…] Hizo también retratos en debuxo el gran Leonardo de Vinchi, Federico Zúcaro, Enrique Golzio, el Caballero Josefino, pero quien ha hecho más estudio en Roma ha sido el Paduano, no perdonando a ninguna persona puesta en dignidad que no debuxase de lápiz, en papel azul, con su realce, con que adorna su obrador y por ellos los pintaba de colores después. Don Juan de Jáuregui, trabaxador perpetuo, mediante sus retratos en debuxo tiene el lugar que sabemos, en los coloridos tan acertados que ha hecho. Con esta doctrina se crió mi yerno, Diego Velásquez de Silva, siendo muchacho, el cual tenía cohechado un aldeanillo aprendiz, que le servía de modelo en diversas acciones y posturas, ya llorando, ya riendo sin perdonar dificultad alguna. Y hizo por él muchas cabezas de carbón y realce, en papel azul, y de otros muchos naturales, con que granjeó la certeza en el retratar.

[…] Paréceme haber advertido lo que basta acerca de los retratos, y con traer a la memoria algunos famosos artífices que los exercitaron y algunas valientes cabezas que he visto daré fin a este capítulo.

[…] Pero, en este tamaño (aunque de iluminación, como se ha dicho) no he visto cosa igual al Retrato del Inglés que tiene hoy el Racionero Diego Vidal. Callo más de 150 míos de colores (diez de ellos enteros y más de la mitad chicos); 10 de Marquesas, tres de Condes y uno de Duquesa (si bien, el mejor de todos es el de mi mujer, frontero, en una tabla redonda) por mostrar el de mi yerno, Diego Velásquez de Silva, hecho en Roma y pintado con la manera del gran Ticiano y (si es lícito hablar así) no inferior a sus cabezas.